Desearía volver a ser como era antes, corría, jugaba a la pelota, no me importaba lo que los demás dijeran de mí. Tenía amigos hombres, no me gustaba jugar a las muñecas, jugaba con dinosaurios y me tiraba al piso a jugar a las bolitas, mis ropas me quedaban cómodas, corría y nunca me cansaba. Llega la adolescencia y sigo haciendo deporte, el futbol me apasiona, creo que soy la mejor jugadora que se haya visto, me dicen la “Ronaldinho”, gano medallas, mi mama está orgullosa. Pero nada es tan hermoso, llegan las críticas, que soy ahombrada, que no soy femenina, heridas que trato de suplir cuando comienzo a crecer.
El tiempo pasa, me preocupo de ser una dama, caigo en el sistema, trato de ser ese alguien que quieren, ya no juego a la pelota “porque es un deporte de hombres”, ya no juego a las bolitas, ya no me tiro al suelo y corro sin cansarme, dejo los deportes, ya no gano medallas. Despierto un día y salgo a jugar, ha pasado mucho tiempo, me doy cuenta que me canso con facilidad, juego a la pelota y ya no soy buena, corro un poco y ya no puedo seguir, mi tiempo ha pasado, y ya no soy feliz, soy una mujer pero ya no soy feliz, he caído en lo que cae la mayoría de las mujeres, he caído en un deseo insaciable de querer arreglarme, de verme femenina, cuando en realidad muero de ganas por correr, gritar, jugar, pero la sociedad me dice que no es de “señorita” y cuando veo a los demás haciéndolo me digo a mi misma que no, que soy una mujer, y me voy caminando alejándome de lo que una vez fue mi alegría
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